Me acuerdo de aquellas primeras ediciones de periódicos con fotografías
en color. Era el final de los años 80 del siglo pasado. Tenía la
sensación de que estaban falsificando la realidad,
manipulándola, añadiendo elementos ajenos al periodismo. Como si el
color en prensa no fuese verdad y todas las noticias ocurriesen en un
monótono, seguro y contrastado blanco y negro.
Me costó convencerme de que ese blanco y negro al que estaba tan
acostumbrado era, en realidad, un abstracción, una reducción, una
simplificación de los millones de colores que llenaban los sucesos, las
elecciones, las rebajas, los atascos, las guerras y los estrenos. Pero,
en el fondo, seguía pensando que el blanco y negro era la verdad, la credibilidad y, el color, fantasía y exageración.
Ahora, en cambio, quien publica en blanco y negro es excepción. Un
rincón habitualmente sólo apto para estrellas de la fotografía, rincones
del pasado, recursos de diseño o productos caros. Podríamos decir que
es hasta políticamente incorrecto. No se lleva el ser blanco o negro.
Hay que ser azul, rojo, verde o mixto. Y, desde luego, con muchos tonos y
tonalidades. Quien use el blanco y negro puede ser tomado como
extremista, radical y, por supuesto, intransigente; o exagerado, 'snob',
clasista y, si es de Madrid, encima chulo.
Pero, como dijo Balzac, "el periódico es una tienda en que se venden al público las palabras del mismo color que las quiere".
'...Unos ojos educados se decantarán más hacia algo comedido y controlado cromáticamente. Lo sutil...'
Y, el color vende, por exceso o por defecto, pero vende. Y, ahora, hasta se come. Los colores son crudos (como el sushi), tostados (con mantequilla), pasteles (con
guinda), o tonos pistacho, champán, berenjena, cereza, ciruela, fresa
(seguro que también hay frambuesa), limón (y lima), chocolate, vainilla,
sandía, mandarina, melocotón... La cantidad y variedad de colores en el
mercado es tal que es necesario vincular el nombre del color genérico
al de un objeto concreto para que sepamos de que color se trata. Si
además tiene sabor, mejor. El azul, por ejemplo, ya no claro u oscuro;
ahora es azul cobalto, lapislázuli, turquesa, hielo, brumoso o marino.
Los colores de cuando éramos niños son algo obsoleto. Una reliquia de
daltónicos antiguos y desfasados. Una paletada, vamos.
La capacidad de seducción por el color no es más que una respuesta
sofisticada a los impulsos de la naturaleza, desde los pigmentos
primarios a las mezclas complejas con nombres absurdos: 'nude' (¿hay un color desnudo?).
El hombre, como los pájaros, insectos o peces, somos atraídos por
determinados colores. Aquellas personas poco acostumbradas a lo visual
se inclinarán por los colores más estridentes o por aquellos que llamen
su atención. Un niño que comience a pintar o dibujar tratará
probablemente de usar la mayor cantidad de colores diferentes, a ser
posible los más fuertes, y casi con toda probabilidad el rojo, el azul,
el verde y el amarillo. Por el contrario, unos ojos educados se
decantarán más hacia algo comedido y controlado cromáticamente. Una
sutil mezcla elaborada de los tonos primarios con más o menos dosis de negro.
El caso es que ya todas las mezclas y posibilidades cromáticas han
sido explotadas. Ya no hay tabúes ni mezclas imposibles. Ni en moda, ni
en decoración ni en diseño gráfico. Lo que antes chocaba será tendencia
en algún momento. Saint Laurent mezcló naranja y magenta (perdón, fucsia)
en alta costura; David Carson diseñó revistas con textos azules sobre
fondo rojo y el arquitecto mexicano Barragán pintó muros de colores
imposibles en mitad de desiertos. "Todos los colores son amigos de sus
vecinos y amantes de sus opuestos", Marc Chagall.
Siempre he sido de los que piensan que, además de todos los caminos,
hay tres palabras (de hecho son cuatro) mágicas que te llevan a Roma:
por favor, gracias y perdón. Para mí, en diseño gráfico, esas tres
palabras son tres colores: blanco, negro y rojo.
Fuente: "El Mundo"
Rodrigo Sánchez es director de Arte de revistas de
Unidad Editorial.
Este texto viene al hilo del ensayo 'The color
revolution', de Regina Lee Blaszczyk.
(The MIT Press).
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